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Crónica de la excursión al Delta del Ebro 1-5 mayo 2024

Por fin llegó la esperada visita al Delta del Ebro. Del 1 al 5 de mayo de 2024, diez silvestres nos aventuramos en esta excursión a uno de los mejores rincones para conectar con la naturaleza. Hay quien llevaba tiempo pensando en el reencuentro con estas tierras, y para otra gente era la primera vez en conocerlas.

La excursión se enfocaba sobre todo en pajarear (“Observar pájaros en su ambiente natural, como afición”, según la RAE), ya que las aves son el grupo taxonómico que gana por goleada en este lugar, pero también tuvimos tiempo para disfrutar de los paisajes y las playas, y acercarnos al conocimiento general del Delta del Ebro como espacio natural protegido, a través de la visita a algunos centros de interpretación destacados.

Empezamos el viaje desembarcando en Cal Gasso, un alojamiento rural en Poblenou del Delta adherido a la Carta Europea de Turismo Sostenible y más que recomendable para visitar la zona. Comodidad y descanso, zonas comunes para compartir charla y mesa, y buena conectividad con nuestros puntos del itinerario. Se agradece haber disfrutado de un hospedaje como este.

Después de comer y dejar las maletas, nos pusimos en marcha con presteza para aprovechar la tarde antes de las tormentas pronosticadas. Llegamos al aparcamiento de la Playa del Trabucador para observar las primeras aves y pisar arena por primera vez. Inauguramos la lista con el chorlito gris (1), ya con plumaje nupcial casi completo, y con buena suerte de verlo, porque no lo volvimos a citar en el resto de la excursión. Al resto de especies sí, así que ya les pondremos número más adelante. Apenas pudimos disfrutar del paseo, ya que a los quince minutos empezó a llover mientras arreciaba el viento. Vuelta a los coches y cambio de lugar.

Nos pusimos a resguardo en el observatorio semi-cerrado de la Tancada, para contemplar los habitantes de estas lagunas de carácter salino. Por cercanía, nos quedamos con los primeros flamencos comunes (2) y garzas reales (3). Especies fácilmente reconocibles que empezábamos a disfrutar. Allí tampoco aguantamos por mucho tiempo el viento, y nos movimos a una caseta un poco más cerrada. El observatorio de la Encanyissada, la laguna más extensa del Delta, nos permitía un poco de tregua. En la primera línea de vegetación había algunos inquilinos con posibilidad de anidar ahí mismo o muy cerca, como ánades azulones (4) o cigüeñuelas comunes (5), que fuimos viendo constantemente durante la excursión. También otro diminuto en comparación, como el cistícola buitrón (6), que tuvo la generosidad de percharse en un árbol para verlo con detalle al menos una vez. De repente apareció en escena un tarro blanco (7), aterrizando muy cerca y dejándonos disfrutar de una de esas especies que no se observa todos los días.

También vimos muchas otras especies de interés, pero destacamos nuestras primeras garzas imperiales (8), tanto en vuelo como posadas debajo del observatorio, y la ruidosa colonia de gaviota reidora (9) que había allí, congregando cientos de individuos. Aprovechando los huecos de las infraestructuras humanas para criar, iban y venían gorriones comunes (10) y estorninos pintos (11). Ya comentamos el quebradero de cabeza que supone identificar los “estorninos del Ebro”, donde muchos tienen un aspecto mezclado entre estornino negro y pinto, al solapar áreas de distribución e hibridar con frecuencia.

Antes de anochecer, y después de la tormenta, dio tiempo a una última parada en el observatorio del Pont del Través, entre las lagunas de la Encanysissada y el Clot. Ante la vista se extendía un inmenso carrizal, donde nos recibía cantando la buscarla unicolor (12). Otro de esos pájaros que no se ve todos los días, pero que tuvimos buen rato en el telescopio. Y hubo más sorpresas. Saliendo del carrizo y correteando por las orillas conseguimos localizar algún rascón europeo (13) muy visible. También había por allí un grupo de al menos quince cormoranes grandes (14), bastante numeroso para la época, al ser una especie mayoritariamente invernante. Y además vimos otro de los bandos numerosos del viaje, ya que se concentraba casi un centenar (seguramente más, fuera de vista) de golondrinas comunes (15), alimentándose de mosquitos y otros insectos que ya se empezaban a sentir a esas horas. Antes de abandonar el lugar, ya estaban entrando los gorriones molineros (16) al dormidero o posible nido que tuvieran entre las maderas del observatorio.

Al día siguiente empezamos la jornada visitando el Ecomuseo de Deltebre, uno de los centros de interpretación del Parc Natural. Fuimos recibidos fantásticamente por su personal, que además de proporcionarnos la información necesaria para nuestro viaje, nos invitaron a participar en una de las actividades estrella de la excursión (que no descubriremos hasta el último día). Nos sumergimos en las exposiciones y en el itinerario guiado del centro para entender un poco más sobre el Delta y sus habitantes. Después, tocaba visualizar sobre el terreno todo lo aprendido.

Al mediodía fuimos a hacer la ruta desde la urbanización Riumar hacia la desembocadura del Ebro, pasando por la laguna del Garxal y las praderas salinas aledañas. No es de los sitios más exuberantes para avifauna, pero sí es de los ecosistemas más singulares. Además, a nivel paisajístico, merece la pena la visita. El cielo estaba lleno de vencejos comunes (17), que reponían alimento después del día anterior de tormentas. Entre ellos localizamos algunos vencejos pálidos (18) y aviones comunes (19). Mirando en la dirección contraria, hacia el suelo, estaban las elegantes cogujadas comunes (20). Entre las especies solo oídas, nos tuvimos que quedar con el pájaro moscón europeo (21) y la curruca cabecinegra (22). Desde el curioso Mirador del Zigurat, además de la desembocadura del Ebro y varios kilómetros a la redonda, también se observaba una buena concentración de focha común (23) y de garceta grande (24). Veíamos la primera urraca común (25), comentando la escasez de la especie para lo que suele ser típico en otros sitios.

Después de la ruta, tocaba comer de menú para reponer fuerzas y probar algunos platos típicos de la gastronomía local. Y por la tarde, otra ruta para compensar. Pusimos rumbo al hemidelta norte, a la zona de la bahía del Fangar. Antes hubo una parada obligada, cuando en la carretera vimos un grupo de garcillas cangrejeras (26). Luciendo sus mejores galas de plumaje, fueron de las especies más aclamadas del viaje. Además, aunque ya habíamos visto, tuvimos las mejores observaciones por cercanía y luz de morito común (27). Así da gusto hacer un alto en el camino.

Llegamos al aparcamiento que separa las playas del Fangar y de la Marquesa, y nos dirigimos hacia la Punta del Fangar, para comprobar si el faro era de verdad o solo un espejismo. En el camino, pronto avistamos otra de las especies más esperadas. Un característico reclamo en vuelo nos alertó de las canasteras comunes (28) que aparecían en escena. Luego nos recreamos un buen rato al verlas posadas. También andaban por allí en la zona de dunas los chorlitejos patinegros (29), y guiando el camino por las orillas, los correlimos tridáctilos (30). Con esto, teníamos la combinación más típica de limícolas playeras.

Pero el espectáculo continuaba unos metros más allá. Ya sin tocar tierra, los charrancitos comunes (31) hacían picados constantemente a ras de agua para pescar en superficie. Se sumaban al grupo familiar los charranes comunes (32) y charranes patinegros (33), y también las similares pagazas piconegras (34). Dedicamos un rato a diferenciar sus voces, sus siluetas y otros patrones. Qué mejor escena para el atardecer.

Alargando tanto nuestras tardes, llegaba la eterna promesa incumplida de madrugar. Pero qué importaba cuando antes de ponernos en marcha por las mañanas, desde la salida del alojamiento en Poblenou nos saludaba un martinete común (35) a escasos metros. Lo pusimos en el telescopio, y aprovechamos para detectar el resto de usuarios que había en el campo de arroz. Sumamos a la lista una de las limícolas más buscadas, el andarríos bastardo (36). También teníamos la suerte de ver en la puerta de casa, e incluso sobrevolando el patio, a una abubilla común (37).

Dedicamos la mañana a visitar uno de los sitios más diversos en cuanto a avifauna, la finca restaurada de El Violí. Allí, entre las masas de agua y la vegetación palustre, sumamos un buen puñado de especies. Nos recibían cantando los carriceros tordales (38), en el agua nadaban algunas parejas de pato colorado (39) y somormujo lavanco (40), y sonaban los relinchos del zampullín común (41). Buscando entre isletas, localizamos un par de combatientes (42), y aunque costó un poco, finalmente se dejaron ver bien. Antes de avanzar al siguiente observatorio, nos sorprendieron unos fugaces avetorillos comunes (43) y una pareja de aguilucho lagunero occidental (44) que sí pudimos contemplar más tiempo.

En los caminos del recorrido íbamos sumando especies sin parar: andarríos chico (45), alcaudón común (46), carricero común (47) o lavandera boyera (48). Los que sin duda llamaban más la atención por número y vistosidad eran los calamones comunes (49). Y también se dejaban ver constantemente por las acequias las garcetas comunes (50). Pero lo verdaderamente destacable era la gran cantidad de fumareles cariblancos (51) que había volando por todas partes. Entre ellos localizamos un fumarel común (52). Y antes de irnos, vimos volando una pareja de tórtola europea (53) y un grupo de espátula común (54). Nada mal el elenco.

Llegaba la hora de comer y parte del grupo emprendía el camino al restaurante, pero un pequeño reducto decidía hacer horas extra para buscar especies que se salían de los sitios más típicos de pajareo. Buscando por los arrozales de camino a la playa del Serrallo, los campos que estaban inundándose atraían a grupos de limícolas. Allí había una buena concentración de chorlitejo grande (55) o vuelvepiedras común (56), entre otros. Pero el más anhelado era el correlimos de Temminck (57), que celebramos cuando conseguimos dar con algunos individuos muy cerca. En la línea de arbustos que separaban los arrozales de la playa había concentración de paseriformes migratorios. Allí vimos tarabillas norteñas (58) y un precioso colirrojo real (59).

Desde el coche, cuando nos disponíamos a volver, un pájaro muy amarillo nos llamó la atención. El primer vistazo encajaba bien con zarcero icterino, pero teníamos que verlo bien para sumar un “lifer” (/bimbo) con seguridad. Nos alejamos unos metros y nos pusimos a buscarlo a pie. Cuando lo relocalizamos, se rebajaba la ilusión, porque ahora sí mostraba más características de zarcero políglota (60). El icterino queda pendiente para otra vez. Al menos, ya de vuelta en carretera, una avefría europea (61) nos quiso compensar con una observación incidental que no estaba en las quinielas, ya que apenas se citaba en esta fecha y lugar.

Nos juntamos todo el grupo para pasar una tarde relajada en la playa de Eucaliptus, al lado de la urbanización de mismo nombre. Tras un rato de meditación y paseo por la orilla, al final la cabra tira al monte y parte del grupo emprendimos la vuelta por los saladares del interior. Allí, en el camino de acceso a la playa, se encontraba un pequeño grupo del ave emblema del Delta, la gaviota de Audouin (62), maquinando para sacar comida de una bolsa de plástico. A veces lo emblemático no es tan bucólico. Entre ellas, había una anillada. Posiblemente esa no haya hecho grandes desplazamientos a lo largo de su vida, pero otras muchas sí que han ido colonizando nuevos puertos del Mediterráneo desde la gran colonia que surgió en el Delta del Ebro hace unas pocas décadas atrás.

Escudriñando los matorrales bajos en busca de pájaros pequeños y marrones, nos llevamos la sorpresa de la excursión en forma de cita rara. La búsqueda de otros pájaros finalizó cuando una bola emplumada con forma de chorlito apareció. Al comprobar una ceja amplia y blanca y una mancha rojiza extensa en la zona ventral nos dio un vuelco al corazón. Se trataba de un chorlito carambolo (63). Entre el júbilo y las ganas de disfrutar su observación, además de hacer las pertinentes fotos de digiscoping para atestiguar la cita, se nos pasó el tiempo volando. Al final, dejamos las mejores observaciones de otras especies en la mira para la tarde-noche siguiente.

El penúltimo día había que aprovecharlo al máximo. En primer lugar, nos esperaba la visita al centro de MónNatura Delta, uno de los mejores espacios para hacer una ruta interpretativa sobre la naturaleza y los usos tradicionales del territorio. Después de visitar la tienda y las exposiciones, y de montar con maestría en las barcas de perchar, subimos a su famosa terraza a pajarear un rato. Las colonias de charranes que se contemplan desde allí son impresionantes. Entre ellos, se juntaba un buen grupo de gaviota picofina (64), otra de esas especies escasas a las que siempre se tiene ganas. También es uno de los mejores sitios para ver y disfrutar de los elegantes archibebe común (65) y avoceta común (66). Y no nos podemos olvidar de las magníficas observaciones de pagaza piquirroja (67) que se consiguen en este lugar.

Después de reponer energías con una fabulosa comida de grupo en nuestro alojamiento, retomamos los planes con ánimo. Para la tarde reservábamos la visita a otro de esos espacios de obligada asistencia, la Reserva Natural de Riet Vell, gestionada por SEO/BirdLife. En la hilera de árboles del breve paseo hasta el observatorio se podían ver diversos paseriformes migratorios. Sumábamos a la lista, en orden descendiente de visibilidad, papamoscas cerrojillo (68), papamoscas gris (69), mosquitero musical (70) y curruca zarcera (71). Cada pájaro tiene un comportamiento, y a los discretos hay que entenderles.

Abríamos las puertas del observatorio y empezábamos a disfrutar del espectáculo. Allí en la laguna se han instalado isletas para la nidificación de charranes y gaviotas, que nos regalaban unas escenas impresionantes, con sus idas y venidas, ofrendas de pescado, discusiones, etc. También había algunas más silenciosas. Entre las isletas más alejadas, dimos con una pareja de gaviota cabecinegra (72), para comparar bien sus caracteres. De la familia de los rálidos, esta vez las gallinetas comunes (73) querían el protagonismo. Además de haber bastantes, una se posaba en altura en la rama de un taray. Y otra pareja diferente de lo habitual era la de ánade friso (74), que también estaba allí presente.

Después, con un buen rato de luz por delante, tocaba pasear por el antiguo camping de Eucaliptus. En esta zona forestal, llena de eucaliptos como su nombre indica, también se citan muchos paseriformes migratorios. Aquí pudimos apuntar ruiseñor común (75), solo oído. De los residentes, otro que nos faltaba y que en otros sitios es una constante, el mirlo común (76). Buscando entre las ramas, veíamos varios individuos y nidos de paloma torcaz (77) y tórtola turca (78). No son tan ilusionantes, pero algo “harán bien” cuando proliferan en abundancia. También sumamos paloma bravía (79) y ánsar común (80), cuyos orígenes suelen ser inciertos, pero que apuntan a domésticos asilvestrados. Sí que fue más ilusionante observar oropéndola europea (81), que se suele oír más que ver.

Nos entraron ganas de estirar un poco más las piernas, y tomamos rumbo al chorlito carambolo que habíamos visto el día anterior. Esta vez no lo vimos, aunque lo volvieron a citar unos días más, pero lo cambiamos por otros. Por el camino nos entretuvimos mucho más con los aláudidos que el día anterior no disfrutamos tanto. Conseguimos escenas muy espectaculares de terrera marismeña (82), cantando tanto en vuelo como posada. De repente, unos trinos en el aire sonaban diferente, y localizamos a la alondra común (83), uno de sus parientes cercanos, pero más grande y estilizada. Como el día anterior, seguían por allí unas coloridas collalbas grises (84). Y apareció uno de los cernícalos vulgares (85) de la pareja que habíamos visto antes para levantar un pequeño grupo de verderones comunes (86). Sorprendente, pero era nuestra primera y única especie de la familia de los fringílidos.

Antes de caer la noche, volvimos a la zona arbolada del antiguo camping. Allí se están haciendo famosos, quizás excesivamente, unos búhos chicos (87). El día anterior nos habíamos conformado solo con su canto y silueta, ya que se nos hizo un poco tarde y apenas quedaba luz. Probamos suerte para localizarlos un poco antes y esta vez sí que descubrimos un macho cantando desde su posadero. Tomamos las distancias oportunas para no interferir con su comportamiento. Nada más caer la noche, salieron a sus quehaceres, y nos fuimos rápidamente de allí para no causar molestias. Mientras tanto, nos despedían los sonidos de autillo europeo (88).

Para terminar, nos esperaba una de las actividades estrella en el último día de la excursión. Tuvimos la suerte de participar en la salida pelágica organizada por el Parc Natural y la asociación Picampall. Todo un lujo poder salir en barco y alejarse de costa para ver especies completamente diferentes del día a día. Pronto las gaviotas patiamarillas (89) acudieron al “chum” (alimento para atraer aves marinas), a cientos. Entre ellas también se dio cita una gaviota sombría (90). Pero las más esperadas eran otras. No tardarían mucho en acudir las pardelas baleares (91) para alegrarnos con sus ágiles vuelos. Y a no mucho tardar, se sumaron los paíños europeos (92), de uno en uno y a cuentagotas, pero vistos de lujo. Justo cuando seguíamos a uno apareció cruzando un joven cormorán moñudo (93).

Las esperanzas seguían puestas en especies más escasas. De pronto, el primer avistamiento de pardela mediterránea (94) trasladó toda la atención al individuo en cuestión. Por suerte, se produjeron algunos acercamientos más, y pudimos celebrar tal éxito. Para redondear, un par de jóvenes de alcatraz atlántico (95) se acercaron varias veces a la popa de la embarcación para competir contra las gaviotas por los trofeos de comida. No hubo mucho más, ni de cetáceos ni otros «bichos», pero cualquier salida al mar es provechosa para quien no tiene la costumbre.

Al pisar tierra de nuevo, tocaba el turno de las despedidas y deseos de buen viaje y de reencuentro próximo. Había sido una excursión memorable en todos los sentidos. Pero no quedaba todo ahí. Otra vez, un pequeño reducto sin miedo al posible tráfico de vuelta tenía una misión: llegar al centenar de especies de aves. Se había quedado un destino pendiente, y estaba en la otra punta del Delta. Sin pensarlo más, tomamos rumbo desde La Rápita al Goleró, con la compra hecha, con la idea de comer en uno de los observatorios.

Tras una inspección de la zona, en uno de los puntos del Goleró, en la zona interior de la bahía del Fangar, había una buena concentración de limícolas. Parada rápida y a identificar y contar. Ya estaban en la lista, pero ahí se vieron mejor el correlimos común (96) y el correlimos menudo (97). No obstante, dentro de su mismo género, los realmente buscados eran el correlimos zarapitín (98) y el correlimos gordo (99), de los que había un buen grupo. Conformaban una buena exposición para comparar formas, tamaños y plumajes. Estaban preciosos.

Allí los dejamos con pena de no estar más tiempo, para ir a tomar el almuerzo en uno de los observatorios de la zona y emprender la vuelta a casa. Antes de asentarnos en la caseta, aparecieron dos nuevas que se habían hecho de rogar, la garcilla bueyera (100) y el archibebe claro (101). Entre bocado y bocado, seguíamos buscando y disfrutando de los ostreros euroasiáticos (102), que solo habíamos visto de pasada días atrás. Para culminar, y ya con la misión cumplida, nada mejor que el águila pescadora (103) que veíamos lejana en un principio decidiera darse una vuelta para intentar pescar algo justo delante del observatorio. No se llevó nada, pero ese chapuzón sentó mejor que uno propio en una jornada calurosa de verano.

Con todas estas bonitas imágenes, y con esta crónica para intentar guardarlas en nuestras retinas, nos despedimos hasta la siguiente ocasión. Ya le estamos poniendo fecha de regreso al paraíso del Delta del Ebro.

¡Hasta pronto!

Enlace de eBird a la crónica de viaje (especies citadas y listas realizadas): https://ebird.org/tripreport/231851

Texto: Juanma Santana

Imágenes: Carla Culebras, Coral Jiménez, Jaime Latorre